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jueves, 5 de enero de 2017

EL HABILIDOSO CAMIONERO

DON CANSINOTE

DE LA JANDA


PRIMERA PARTE DEL
CAPITULO PRIMERO


Que trata de la profesión y dieta, condición y carácter del famoso camionero Don Cansinote de la Janda.

En un pueblo de la Janda, cuyo nombre barba tenía, no ha mucho tiempo de Vejer que vivía un camionero de los de caja manual y caballos en Pegaso. Cortas y largas con pulgar y yema de dedos, las fases con un gesto habilidoso.

 Una fiambrera de algo más de arroz que de calabaza, morcilla,  pan del campo de Alcalá, mojama los domingos y manteca colorá. Para la nacional el resto, en la semana menú del día, sopa de gallina las más noches, latas de atún y fabada, camping gas también para el café con sueño, por las mañanas con leche y tostá. Un Lee como tejano para las fiebres de los sábados noche, una camisa de los gitanos, pijama de franela de algodón, fino en verano, mantas de Alpaca y vellorí en la litera del camión.


Tenía en la casa a su madre María que pasaba de los sesenta, un galgo y cuatro ovejas, un caballo percherón, una pandilla de gatos que eran un montón. 
Un trapero para el plomo y el cobre, un lavadito de vez en cuando al Pegaso que de polvo se cubría,  todo esto había en la famosa chatarrería.  Rozaba la edad de nuestro camionero con los cuarenta años, era de hechura recia, enteco de carnes y enjuto de rostro;  gran dormilón y amigo de los animales. Dicen las malas lenguas que tenía el sobrenombre de cansado o tabarra, aunque por conjeturas verosímiles se deja a entender que era por su apellido cansino. Es , pues, necesario saber, que este sobredicho camionero, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros, cómics y revistas de muy interesante , y lo hacía con tanta atención, gusto y descubrimiento, y llegó a tanto su curiosidad y atino en esto, que vendió toda la chatarra que pudo para comprar libros y comics en que leer; y así llevo a la chatarrería  todos cuantos pudo haber y recibir por correo; porque en los pueblos pequeños de la provincia de Cádiz no habían comic en los kioscos, ni apenas librerías; y de todos ninguno le pareció tan bien como el que compuso el  famoso Miguel de Cervantes: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas le parecían de cómic;  y más cuando llegaba a leer aquellas aventuras con ilustraciones tan de tira que eran como un suspiro gráfico entre tan rico texto, donde en muchas partes hallaba escrito:  “ No hay para que andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la divina escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos. Procurad también que, leyendo nuestra historia, “el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla”.  Y entre delicadezas bien sonantes, nuestro camionero se imaginaba siendo él,  “el remedio de los confundidos y asustados, el socorro de los legos, el amparo de los adoctrinados, el consuelo de los marginados y el desfacedor de agravios”.  Con estas y semejantes razones recuperaba el agraciado camionero el juicio, y sin desvelarse , y durmiendo lo que el cuerpo y la mente le pedía, se fueron alojando en sus sentidos las riquezas literarias en forma que, reestructurando y creando nuevas sinapsis y neurotransmisores,  no creyera el más mata-sanos, ni diera crédito el más santurrón.  

No estaba muy bien con que muriera al final Don Quijote, pero comprendía que sin ella no lo amaríamos con tristeza. Ni con los golpes y mamporros que recibía, pero lo imaginaba en un cómic , y en él, como en la  tragicomedia los porrazos y puñadas formaban parte de la gracia , pero con todo alababa en su autor aquellas desventuras, y como Cervantes había inventado una forma que hoy tan bien se adapta a un cómic por números, nuestro camionero se deleitaba pensando en el cómic del Cairo, en donde venían cada quince días las historietas de Velvet, un galán nocturno de casinos, o el del Víbora, en donde, entre otras, venían las aventuras del Niñato, un niño metió en bulla antiaquel-sistema  que tenía al sargento Lopera  pisándole los talones por toda Barcelona, y muchas veces le vino deseo de tomar unas herramientas y arreglar el  Pegaso que tenía castigado en un trastero de la vieja almadraba, y sin duda alguna lo hiciera ya, si no tuviera antes que vender lo que fuese menester para tal fin.

CONTINUARÁ ,,,,